Monumento y placa en Sevilla.
Nacido en Cuba en 1903,
Machín interpretó cerca de 2.000 temas. Antonio Machín llegó a España cuando los
nazis se disponían a invadir su amado París. Corría entonces el año 39 y las
caras negras que se veían a este lado de los Pirineos no debían de ser más de
10 o 12. Negritos, que se les llamaba, solo había en las huchas con las que los
niños postulaban para las misiones. Salvo una minoría, que no era otra cosa que
la excepción que confirmaba la regla, todo el mundo simpatizaba con ellos.
En pocos años, Machín
llegó a ser tan adorado como las reinas de la copla y demás géneros autóctonos.
Se decía que cantaba con el corazón en los labios. Siempre moviendo sus
maracas, éstas acabarían inspirando el lenguaje popular. Hombre de mundo y
antiguo bon vivant, su elegancia era la que se estilaba en La Habana con
anterioridad a la entrada de Fidel.
Su fallecimiento acaecido el 4 de agosto de 1977, el hombre
que arrulló con sus boleros los amores de tres generaciones de españoles ha
inspirado al periodista Eduardo Jover que fuera su yerno una biografía. Se enmarca dicho texto dentro de un proyecto que también
incluirá una película, un vídeo y DVD y un álbum recopilatorio de sus canciones
más aplaudidas.
Machín, que en realidad
era mulato, nació en Sagua la Grande (Villa Clara, Cuba), el 8 de febrero de 1903,
aunque él acostumbraba a celebrar su cumpleaños el 17 de enero. Fueron sus
padres un emigrante gallego, José Lugo Padrón, y una negra cubana, Leoncia
Machín. Su infancia, según declararía el artista a una periodista española en
una de las muchas entrevistas recogidas por Jover, fue «bastante feliz dentro
de lo que cabe: dentro de la posición de mi familia, que no eran ni muy ricos
ni muy pobres».
Doña Leoncia alumbró
alrededor de 15 vástagos el número exacto, al igual que la fecha de nacimiento
del cantante, le ha sido imposible de dilucidar a su biógrafo. Los primeros
hijos vinieron al mundo en la hacienda de la que su padre era dueño. «Pero
Antonio se presentó en este mundo en un mal momento y con muy mala salud»,
apunta Jover. La Guerra de Independencia, puesta en marcha por los mambises
bajo los norteamericanos, había acabado con la prosperidad familiar. «Un día
prendieron fuego a la plantación no se sabe si los cubanos o los españoles con
la cosecha ardieron los almacenes, los aperos, la casa, todo.
Sobre la vida
desahogada y feliz de los Lugo Machín se cernió la sombra de la ruina». Ello no
impidió que el artista siempre recordara a su madre, cuando no estaba
embarazada, bailando.
No hay duda de que fue
doña Leoncia a la que el artista quiso tanto como a su hija quien inculcó en el
pequeño Antonio la pasión por la música. «A los siete años, mi madre me enseñó
una canción, La tísica y me llevaron a un escenario donde tuve bastante éxito».
En 1911, el párroco de Sagua le pone a cantar en su altar mayor. En cierta
ocasión, con motivo de una fiesta benéfica, interpreta el Ave María de Schubert
subido a una silla: se gana el aplauso de toda la población. Acaso consciente
de que la única redención posible para los negros es la música, olvida sus
sueños infantiles, en los que se veía abogado o ingeniero y, adolescente aún,
está decidido a ser cantante.
Aprendiz de todo y
oficial de nada, pasa de hacer recados a ayudar en una sastrería, pero él
prefiere hacerle el yeso a un maestro albañil. Mientras se entrega a ambas
ocupaciones, sigue soñando con la canción. Llega a escaparse hasta tres veces
con los músicos ambulantes que pasan por su ciudad camino de La Habana. Cuando
está en Sagua canta por las propinas y requiebra a las muchachas con sus
canciones. «Uno tuvo su encanto, chica, no vayas a creer que fui siempre tan
viejo», recordaría con el correr del tiempo a su hija. «Además, ya sabes cómo
es Cuba, con ese aire, y ese calor, y eso olores, y el aroma de las mariposas».
Cuando Machín cumple 20
años, su mayor deseo es cantar ópera. Aunque no tarda en comprender la
imposibilidad de su anhelo siendo negro, su repertorio quedaría reducido a
Otelo, estudia bel canto.
Llega el cantante a La
Habana en 1926 e, inmediatamente, se pone a ofrecerse a los tríos de músicos
que actúan en los cafetines para hacer la segunda voz. Como nadie le conoce, no
consigue meter la cabeza en aquel mundillo. Lejos de arredrarse ante la adversidad,
comienza a buscar trabajos en edificios en construcción. En uno de ellos da con
un capataz sevillano que simpatiza con él. José Martínez, el andaluz en
cuestión, en palabras de Jover, habría de ser para Machín «una especie de ángel
tutelar. Es curioso comprobar los vínculos que ya desde entonces, y sin conocer
todavía la ciudad andaluza, Machín tuvo con Sevilla». Muchos años después
(1943), el cantante se casaría con una cordobesa afincada allí.
Aún albañil en La
Habana, cuando acaban en el tajo, Antonio y José, todo un noctámbulo,
frecuentan los cafetines, tabernas y quioscos de la ciudad. El sevillano, una
figura en dichos ambientes, introduce en ellos a Machín. Más aún, el día que el
artista le dice que quiere dejar la espátula para cantar, es Martínez quien le
presenta a un amigo guitarrista Miguel Zaballa, «la mejor voz de segundo de la
trova cubana», quien no dudó en asociarse con Machín. La reputación del dúo fue
creciendo entre los señores, cuyas fiestas animaban.
Pero el destino del
artista estaba en una emisora a la que acudió a cantar. Allí coincidiría con
Don Azpiazu, en opinión de Jover, «el hombre que iba a cambiar su vida
catapultándolo vertiginosamente hacia el éxito, la fama y el dinero».
Era Azpiazu el director
de la Orquesta del Casino Nacional de La Habana. Fascinado con la voz de
Machín, lo contrató como segundo cantante. Pese al puesto y pese a que por
aquel entonces la sala era más racista que el Cotton Club los negros ni
siquiera podían entrar a trabajar, Antonio no tardaría en medrar. Además de ser
la primera voz de color que animó el Casino, supo ganarse a su público hasta el
punto de que, a las pocas semanas, ya cobraba la fortuna de diez dólares al
día. Corría el año 29 y fue entonces cuando al artista se le ofreció el primer
contrato para venir a España. Parece ser que Machín declinó la oferta por
discrepancias con Zaballa y prefirió partir a Nueva York.
Cuando el cantante
llegó a ella, la ciudad de los rascacielos vivía las postrimerías de lo que
Scott Fitzgerald fue a llamar «la era del jazz». Empezaba el año 30 y el crack
que meses antes asolara Wall Street seguía causando estragos. Quizá por ello,
el 26 de abril, el artista fue tan bien recibido en su presentación en el
Palace de Broadway. Recuerda Jover que «Antonio Machín decía y así consta en
más de una entrevista que jamás tuvo problemas de racismo en Norteamérica,
porque hablaba español y los negros hispanos no estaban mal vistos entonces».
Máxime si sus canciones se convertían en un fenómeno social capaz de hacer olvidar
la deprimente realidad económica.
Ése fue exactamente el
caso de El manisero, primera grabación cubana de Machín, que, en su versión
norteamericana para la RCA, vendió más de un millón de discos. Es de entonces
de cuando se conserva el primer recuerdo nítido de sus maracas. Sostienen
muchos de sus admiradores que los años que siguieron, junto con los 15 primeros
de su etapa española, musicalmente hablando, fueron los mejores. Con el
cuarteto, el sexteto o el septeto, bien con su propia orquesta o bien con la de
Azpiazu, las grabaciones se suceden. Piezas de entonces son Aquellos ojos
verdes, A chapear nos manda el mayoral, Mamá Inés, Reina guajira, Mamá, yo
quiero un yoyo, A Baracoa me voy... Jover mantiene que ni Bing Crosby grabó
tantas canciones en aquel tiempo.
Pedro Heredia, el
primer biógrafo de Machín, estima que el cantante abandonó Nueva York en 1935,
para seguir los pasos a Delita, la bailarina que le inspiraba en aquel tiempo.
Sin embargo, habida cuenta de que cuando Delita regresó a La Habana, Antonio se
vino a Europa, Jover sugiere que pudieron ser los disturbios raciales desatados
en Harlem aquel año los que hicieron que el vocalista cruzara el Atlántico. El
recuerdo que guardaba del viejo continente era el de la tolerancia racial de París,
ciudad que visitara en el 34 junto a la orquesta de Don Azpiazu.
El primer destino de su
segunda visita a Europa fue Londres. Un contrato para actuar en el teatro
Adelphya le llevó a la capital inglesa. Su espectáculo de entonces, La vida
empieza a las 8.40 conquistó a los londinenses, pero el artista ya estaba
resuelto a instalarse en París.
Olvidada Delita, el
cantante se enamoró de una francesa, Line. Con ella y con su orquesta
realizaría una gira por Suecia. Estuvo a punto de instalarse en Estocolmo, pero
el frío le hizo volver a París. De nuevo en la Ciudad de la Luz, el artista
frecuenta la bohemia de Montmartre. Fue aquel un periodo del que nunca quiso
hablar. La guerra habría de ponerle punto final.
«Siempre soñé con la
tierra de mi padre. De pequeño, le oía con frecuencia contar las bellezas de
los paisajes gallegos», declaró el artista. Aunque vino con el propósito de
quedarse únicamente mientras durara la guerra, para volver con la paz a París,
el amor que le inspiró España fue inmediato: «Decidí venir a esta bendita
tierra en tan buena hora que aquí lo hallé todo».
Su primera actuación
española tuvo lugar en Barcelona. Cataluña, junto con Sevilla, fueron sus
lugares preferidos de nuestra geografía, pero cantó una y otra vez en todas las
plazas. «En todas partes encontré y encuentro aplausos que nunca agradeceré
bastante». Temas como Dos gardenias, Somos, Madrecita o Angelitos negros fueron
a dar alegría al proverbial aburrimiento de la España franquista.
Muy probablemente, fue
el primer negro que protagonizó un matrimonio interracial en este país. María
de los Ángeles Rodríguez, su mujer, hizo de él un hombre hogareño: acabó
viviendo en España más que en ningún otro lugar. Ya al final de sus días,
mientras sus boleros empezaban a dejarse de escuchar, pudo ver cómo se le
convertía en un rey del camp nacional.
Está enterrado en la
Sevilla que tanto amó.
Antonio Machín vuelve a
estar de moda con una biografía, una película y un disco. En realidad, el
artista que con sus boleros tanto contribuyó a la natalidad española en los 60,
ha seguido vivo 40 años después de su muerte. Su voz le salía del corazón desde
que su madre le enseñó «La Tísica».
Fotos del blog Sevilla
Daily Photo y la web Galeon.com.
Biografía por el
Culebra, en Coveralia.
Gracias les deseo felicidad como me dais aquí he encontrado repertorio de Machin que no tenía y algunas hasta desconocia
ResponderEliminarCelebre y extraordinario de los buenos recuerdos de mi juventud, gracias a quienes recuerdan tan bellos recuerdos de Antonio Machin
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